Magnífica velada la del pasado viernes 26 de septiembre en Ciudad Real. La Hermandad de Pandongos de dicha ciudad tuvo a bien concederme el segundo premio de poesía "Sancho Panza" en esta edición de 2014. El acto de entrega de premios, mantenido por la prestigiosa poeta manchega Juana Pines, se desarrolló en el Museo López Villaseñor; una antigua y preciosa casona manchega reconvertida, con buen criterio, en museo y en lugar insigne de cultura.
El primer premio de poesía fue para David Leo, gran poeta y mejor persona, por su poema "El árbol"; el premio en prosa fue para José Agustín Blanco, por un precioso y muy trabajado relato titulado "Al alba del cuarto día". En cuanto a mi poema, poco que decir: "Crisol y glosas para un instante de la Mancha". Aquí os lo dejo para que lo disfrutéis o lo sufráis, no sin antes volver a dar las gracias a los pandorgos y al ayuntamiento de Ciudad Real por el premio concedido, por su acogida y por su amor a la literatura. No me quiero olvidar de todos los que vinieron de Sonseca para acompañarme en este acto tan bonito: fue una gran sorpresa que me hizo mucha ilusión. Gracias Chicos.
CRISOL Y GLOSAS PARA UN INSTANTE DE LA MANCHA
Heme
aquí, todo y quedo ante el edén
forjado en cal y sol y
verde viña,
paraíso mistérico del
hombre
que me abraza y me
asfixia de recuerdo
infantil y sanguíneo.
Heme aquí,
postrado ante el altar
de la llanura
apenas susurrante:
seguidillas
bajo la mies y el
trillo, viento y surco,
bacanal infinita y
anhelada,
cardencha y vid
simbiótica y eterna
que se derrama fértil
sobre el alma
como los manantiales
sempiternos.
Heme aquí en un
instante de La Mancha.
Heme aquí, Dios sin
mar, arrodillado
frente a la
profundísima belleza
del labrantío, júbilo
profano
de encallecidas manos,
melancólica
y fiel mirada al cielo arrebolado,
sarmentales
murmullos
de ese campo
del que yo hice una
vida y tú el hogar.
Y aquí, tras la
nostalgia acibarada
de fúcares y reyes,
estandartes en piedra y
maderamen,
lujuriosos molinos,
pedestales
ascéticos fundiendo
cielo y tierra,
intercesores tántricos
del viento,
paradigmas del tiempo
inalcanzable;
heme aquí, dirimiendo
tu girar
y el paso de los años,
ya sin lanza
y sin rocín con quien
acometer
gigantes del pasado en
singular,
libidinosa y épica
batalla,
presagio, casi verbo,
de un poema.
Pues…
como la esmeralda al viñedo,
La Mancha es el indicio
de unos versos
apenas columbrados en
las calles,
un sueño de bandurria y
mes de mayo,
efluvio nacarado,
pulcritud
de polvo ardiente y
áspero terruño,
taumatúrgico amor luego
de esbeltos
retablos seculares;
heme aquí,
sin poderte llorar la
desnudez
de tu armonía mística y
libérrima.
Heme aquí, desflorando
los silencios,
la soledad sublime y
habitada
por corazones hondos y
sencillos:
cadenciosas mujeres de
toquilla,
nobleza contenida, madre
amante,
hidalguía de plaza
porticada
que lucha y muere sin
queja ni mácula;
hombres de recio porte
y fe paciente,
alma límpida, rostro
endurecido,
venerable mancera en el
arado
que diriges el rumbo y
la memoria
combatiendo el granizo
de almanaque
sin otro afán que
pámpanas mojadas
y frutos de vid plena y
poderosa.
Desde los fontanales a
las sierras,
cruzando la llanura
horizontal,
vórtice sacro y fiel de
las Españas,
suspiro, cual Mambrino
destocado,
patria de eternidad
altiva y núbil
que brota y se desangra
luminosa
por entre las entrañas
y el paisaje.
Y heme aquí en
cautiverio cervantino,
presintiendo las
huellas de ese adiós
que desgarra la piel y
los sentidos
bajo la tibia luz de
los inviernos,
enfermos ya de ausencia
y soledad,
parado ante un instante
de La Mancha,
santuario y hornacina
venerable
a quien gloso en crisol
de verso y paz.